Hacia la Iglesia de Juan XXIII(Editorial 147)

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Coyuntura favorable

Los Dres. parisienses Michel Legras  y su esposa Rosine, ambos médicos, suegros de mi hija Carmen casada con Fred, muy cultos y cultivados en historia, artes, letras, y conocedores de mi larga afición a los buenos libros, acostumbran hacerme llegar como obsequio para mi cumpleaños una obra recién editada,  que me enriquece  y agradezco en el alma. En 2012, se trató de Monet 330 páginas bellamente ilustradas. En 2013,  Le dessous des cadres (Lo desapercibido bajo las estadísticas) 223 pp. En 2014, Au revoir la haut (Nos volvemos a ver arriba), Roman Prix Goncourt, Du Cerf 566 pp. En este 2015, Une affaire de famille (subtítulo Juan XXIII, los judíos y los cristianos) 136 pp. Du Cerf

 

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        Un libro revelador

        Siempre he admirado entre tantas cualidades de la cultura francesa su “cartesianismo” o capacidad de saber distinguir adecuadamente y por lo mismo ponderar con buen juicio, claridad, finura y “souplesse” factores reales de por sí difíciles de conciliar. Algo que se manifiesta en su estilo filosófico, artístico,  literario y religioso. Por ello fue durante muchos años la lengua mundial de la cultura y la diplomacia.
        El presente libro es una joya de información histórica verificada, de manejo inteligente de temas delicados y de un estilo ágil que lo convierte en lectura deliciosa. Su autor, Alexandre Adler, historiador y periodista afamado, con 64 años de edad, es nieto de María Bauer, judía nacida en Rusia, casada con David Bauer ingeniero de ferrocarriles que estuvo enrolado en la Resistencia francesa contra los nazis. Ella, con el tiempo y relaciones cultivadas con altos dirigentes, llegó a ser también amiga y colaboradora de Angelo Roncalli futuro Papa Juan XXIII, cuando éste se desempeñaba como Nuncio en París tras 10 años como Delegado Apostólico de la Santa Sede para Grecia y Turquía  en los Balkanes.
         Alexandre Adler narra cómo niño todavía (8 años), ojeando el diario France Soir que leían sus padres -justo tras el fallecimiento de Pio XII (9 octubre 1958) en la página principal que reseñaba con sus fotos los predecibles candidatos papabili, le llamó la atención y le encantó la figura -aunque entrada en años muy bondadosa-  del cardenal Roncalli. Y exclamó “Va a ser el próximo Papa!”. Y no se equivocó. Tomó el nombre de Juan XXIII. Fue el suyo un pontificado muy breve (5 años), pero que hizo historia con el Concilio Ecuménico Vaticano II y la visión profética de un fuerte “aggiornamento”(´puesta al día´) de la Iglesia en el mundo.

La experiencia profética  de Roncalli

        Adler recoge en síntesis (pp. 73-89) las difíciles y riesgosas experiencias que asume Roncalli en medio de complicados conflictos geopolíticos (Turquía-Grecia-Bulgaria) e inter-religiosos (Iglesia Ortodoxa rusa- Iglesia Católica), avasalladores totalitarismos (nazismo alemán, comunismo soviético) y posiciones que tuvieron que adoptar desde la Santa Sede frente a ellos Papas como Pio XII y Juan Pablo II.

La Turquía con la que tuvo que interactuar el Delegado Roncalli presagiaba ya la de países modernizados y de cultura islámica del futuro Occidente con el requerimiento de una nueva empatía entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. A partir de los años 1920, la joven nación se dio un rostro nuevo, en ruptura con la herencia otomana. En un decenio trepidante, el país abandonó la teocracia por la laicidad, el califato por la República, la ´charia´ (ley musulmana) por el código civil, la escritura árabe por la escritura latina y el ´fez´ por el gorro melón. Quiso convertirse en una potencia occidental, se aproximó a los Estados europeos y llegó hasta reconciliarse con Grecia. Abrió sus puertas a los extranjeros y, tras la llegada al poder de Hitler, acogió ampliamente a los refugiados alemanes y austriacos en gran parte judíos.

Roncalli  logró que el régimen turco reconociera los derechos ciudadanos de los griegos y su autonomía regional (de lo que le quedaron siempre muy agradecidos). Y en diálogo con  las bases de los ortodoxos (“uniates”) propició una especie de ecumenismo de diálogo y proximidad más que de distanciamiento entre las dos confesiones religiosas.

“Adquirió, así, un estatuto de interlocutor con la Iglesia ortodoxa de Bulgaria, y por consiguiente un poder de influjo- al cual ningún católico, de rito latino u oriental, hubiera pretendido llegar antes”(pg. 63 del original francés).” Contribuyó a restaurar la dignidad del úniotismo´. Apreció a la Ortodoxia  como una auténtica Iglesia y no como el residuo histórico de una mala querella medieval. En adelante será un convencido de que hay que abrir los brazos  a los ortodoxos y a las Iglesias orientales en lugar de dividirlas debido al habitual juego de carácter nacional de las entidades locales  que la componen. No solamente los sacramentos ortodoxos son válidos, sino que el cristianismo necesita sus “dos pulmones” (pg. 66).  La unión de las Iglesias no se declara sino se descubre en el diálogo, que es el preámbulo a la inter comunión.

Y ésta es la perspectiva que Juan XXIII hará triunfar con su convocatoria valiente y arriesgada al Concilio Ecuménico Vaticano II . Y en la apertura solemne del Concilio (11 octubre 1962) ubicará, en consecuencia,  a los representantes de la Iglesia Ortodoxa en el sitial más distinguido de todos, subrayando que un ecumenismo auténtico debe abarcar a todos-los cristianos. Y si se lo deseara integral, llegar a ampliarlo a los no-creyentes con un universalismo que supone la catolicidad. Tal fue el corazón de su experiencia turca y búlgara, y después como Nuncio de la Santa Sede en París en su tránsito por la compleja y difícil diplomacia de la Santa Sede en la época de Pio XII y Juan Pablo II cuando salieron en defensa y socorro efectivo de judíos, cristianos y creyentes de otras religiones frente a totalitarismos ateos y paganos. Rico con el conocimiento del islam y de la pluralidad de islams así como de las aspiraciones religiosas contrastantes por los nacionalismos, Roncalli llegó a la conclusión que una fe libre de pesos sociológicos y políticos no es necesariamente una maldición, sino puede ser una bendición!

“ La experiencia profética de Angelo Roncalli tiene que ver con que no le tiene miedo a bajar hasta el horno crematorio de la historia. Porque ve su acción humanitaria no como un fin, sino como un medio. Utiliza lo que está a su alcance para lo único que le importa, combatir las fuerzas del mal, y juntar este primero y último deber con la ayuda al pobre, al desheredado, al oprimido en el cual la Biblia presiente la presencia de Dios” (pg. 88, traducción mía del texto original francés).

Un legado por completar
            La empresa del Concilio Vaticano II que en el breve lapso de 5 años alcanzó a convocar e iniciar Juan XXIII con el conocimiento experiencial que tenía del oculto Oriente, su permanente  bonomía y su extraordinaria visión del futuro, fue llevada a final exitoso por su sucesor Paulo VI (1963- 1965). Posteriormente se encargó Juan- Pablo II -ese otro gigante del Humanismo cristiano y la Evangelización contemporánea- de impulsarla hacia adelante durante 27 incansables años -a grandes zancadas por todo el planeta-  inspirando grandes cambios socio-políticos y religiosos.
            Juan Pablo II fue un Papa todo cabeza todo corazón . Tuvo la solidez, la terquedad, la fidelidad inconmovible de quien fue llamado Cefas, Roca, Pedro. Y mostró  ser un yunque capaz de amolar muchas hoces y muchos martillos (los del comunismo totalitario, los del capitalismo salvaje, los de pisoteadores de derechos humanos). Y tuvo el arrojo, la valentía, el corazón grande, el carisma de ese gigante misionero que fue Pablo de Tarso. Fue una gaviota de alas ligeras capaz de sobrevolar países, regímenes, razas e ideologías -llevando su mensaje salvador del Evangelio y aplicándolo a  las condiciones imperantes socio-económicas y políticas a través de sus tres grandes encíclicas: Sobre el trabajo  (1981), Preocupación por lo social (1988) y La Centesimus annus(1991). (Remito a mi artículo “Juan Pablo II santo de alto voltaje”, Observatorio/Vaticano 26-10-2014).

                El Papa Francisco está recogiendo fielmente todo ese legado de los más recientes pontífices, atendiendo a la integridad auténtica de la fe cristiana y a su transmisión sin tapujos, amplia y universal. Sin temor a “abrir a Cristo todas las puertas” de la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos. De ahí el énfasis del Papa Francisco sobre una pastoral cristiana pragmática, sencilla, contagiosa, comprensiva de las diferencias étnicas, culturales, sociales, religiosas y de las variables circunstancias. Aunque haya que relativizar y cambiar (dentro de la misma Iglesia) tradiciones duras y costumbres de larga data, ritos y formulaciones doctrinales que “no atañen a la sustancia del depósito de la doctrina cristiana y sí mucho a la fórmula de su expresión”. (Papa Francisco, Encíclica Evangelii Gaudium, La alegría del Evangelio, 24 noviembre 2014, Nº.41, con su correspondiente nota 45 en latín tomada del discurso de Juan XXIII en la solemne apertura del Concilio Vaticano II, 11 octubre 1962).

                Del pontificado del argentino Bergoglio, que será también breve como lo ha anunciado, se podrá esperar mucho Humanismo y Ecumenismo con las varias iglesias o religiones del mundo, incluyendo cambios sorpresivos y quizás reformas inducidas dentro de la misma Iglesia Católica en la línea profética iniciada por Juan XXIII. Para lo cual hay que leer en comunidad de fe los variables “signos de los tiempos”.  Basta asomarse a párrafos muy expresivos de sus dos encíclicas Lumen fidei” y “Evangelii gaudium”(EG)y seguir muy atentos rastreando su lenguaje coloquial, cotidiano, de frecuente simbolismo  que utiliza.
             “La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción” (EG 14). “Percibo la necesidad de avanzar en una saludable descentralización”(EG 16); “Una excesiva centralización más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG 32) “Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad” (EG 26).
            “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto preservación” (EG 32). “El edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro”(EG 39). La tarea evangelizadora “tiene que crecer en la comprensión del Evangelio y en el discernimiento  de los senderos del Espíritu, y entonces no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino” (EG 45).
            “La Iglesia  en salida es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido… La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre…Tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera… a veces nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores” (EG 46-47).
            “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades… Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse : Dadles vosotros de comer! Mc 6,37” (EG 49).

            “No nos quedemos anclados en la nostalgia de cultura y costumbres que ya no son cauce de vida en el mundo actual. Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!” (EG 108-109).

17-04-15